EL MIMÍ…
ADRIANA CANABAL
el-estante.com.ar/historias digitales
Ilustración y armado de tapa: MACTOON
Todos los derechos reservados.
Este libro no puede ser reproducido, total o parcialmente, por ningún método gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo los sistemas de fotocopia, registro magnetofónico o de alimentación de datos, sin expreso consentimiento de los titulares del Copyright.
ISBN : 978-987-4940-01-8
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Cantidad de ejemplares: 20.-
© Maria Adriana Canabal
© 2018, Ediciones El Estante/Historias Digitales
www.mactoon.com.ar
________________________________________________________
Canabal, María Adriana
El mimí… / María Adriana Canabal ; ilustrado por Mactoon. – 1a ed . – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Estante, 2018.
CD-ROM, PDF
ISBN 978-987-4940-01-8
- Cuentos Fantásticos. 2. Literatura Fantástica Infantil. 3. Autoconocimiento. I. Mactoon, ilus. II. Título.
CDD 863.9282
Fecha de catalogación: 31-05-18
El Mimí…
Hola !!!!… soy Ricardo, sí… como el de “Corazón de León”, pero yo nada que ver.
Disculpen si lo que voy a contarles lo hago demasiado rápido, porque en los ratos en los que no está mi mamá es cuando le uso la computadora a escondidas para escribir. Si me pesca… me mata. Ese es el problema de tener diez años y ser hijo único. Pero de lo que les quiero contar esta vez no es precisamente sobre ese tema, aunque bien podría aprovechar la oportunidad y hablarles sobre: “Mi primer día en la salita azul”, que ya es todo un bet-seller en la familia o sobre “La vez que me llevaron a una tienda de liquidación”, que ya es un clásico.
Lo que esta vez me lleva a sentarme ante este teclado y escribir lo más rápidamente posible con tres dedos ( sí, tres dedos, pues soy todo un escritor experimentado ) a riesgo de quedarme sin postre por una semana y desafiando castigos tan temibles, no es una anécdota del tipo “popular”, de esas que se escuchan hoy tan fácilmente en mercados y almacenes… No, la anécdota que hoy voy a narrarles es casi única y digo casi porque tal vez haya otros a los que también les ha ocurrido cosas semejantes, pero por misteriosos motivos u oscuras decisiones, las ocultan.
Por suerte para mí, sólo tengo diez años.
A estas alturas quizás duden de la veracidad con que lo afirmo y tienen razones para hacerlo, lo sé… mi forma de expresarme, las palabras, la manera de armar las oraciones no corresponden a una “criaturita de tan solo diez añitos”. Pero esto forma parte de mi historia o quizás debiera decir “histeria”, personal. Públicamente me hago cargo de que es así: no escribo como un chico de diez años, sin embargo cuando hablo lo hago de la manera que corresponde a la edad que tengo y entonces nadie se preocupa.
Como todo tiene una causa, debo explicarles que la de tan extraña cualidad es mi mamá, no porque ella me obligue a escribir así… que va !!!!!… es por “ósmosis”, ( si no saben lo que quiere decir corran a un diccionario y vuelvan ).
Mi mamá es profesora de Castellano, Filosofía y Literatura, todo eso junto y en una misma persona. Paso a explicarles chicos, una profesora de algo es como una maestra, pero en vez de saber un poquito de cada cosa, sabe montones y montones y montones de la misma.
Esta singular característica me ha traído muchas satisfacciones y no pocas complicaciones. A los dos años quería repetir el abecedario, a los tres me esforzaba por leer, a lo cinco leía de corrido, a los siete descubrí las novelas cortas y los libros de poesías. Ni qué decir de los pequeños relatos que apenas alcanzaba a escribir en mis cuadernos.
Por supuesto, mi mamá chocha, “el nene me salió escritor”, le dice a cuanta amistad se le cruza y quizás tenga razón. Pero lo que aún no entiendo es que, si está tan orgullosa, por qué se niega a que use la computadora. Quizás tenga que ver con aquella otra anécdota, la de “Cómo borrar un disco rígido en un solo paso”. Creo que esa fue un fracaso editorial… bueno, a veces no todos son éxitos.
Les decía que la influencia que la profesión de mi mamá ha ejercido sobre mí también me ha traído más de un problema. El sentirme responsable y comprometido con mi sentir de escritor me ha llevado a no tener faltas de ortografía, “los dictados, siempre perfectos”, “qué buena letra, siempre tan prolijita”… y, a veces, la autoexigencia me cansa.
Aunque el verdadero gran problema son las redacciones. Siempre que las entrego, la maestra me mira con desconfianza y no puedo escapar a la pregunta: “¿ Seguro que tu mamá no te ayudó ?”…
No, señorita maestra, aprovecho lo oportuno de la circunstancia para reafirmárselo: Mamá no me ayudó a escribirla, pero sí a aprender a leer, a escribir con corrección, a usar y conocer gran cantidad de palabras que enriquecen mi modo de expresarme y de pensar, a amar lo que se dice y lo que dicen los demás, a querer a los sonidos, a las palabras y a las ideas. Porque cada vez que pensamos hay magia y cada vez que esa idea la hacemos sonido y otro la entiende, hay magia y cada vez que leemos algo y ese algo lo vemos en imágenes que se mueven adentro de nuestra cabeza, también hay magia. Por eso, por enseñarme la magia de las palabras y todas esas cosas: ¡¡¡¡ gracias mamá !!!!!
Aunque espero que nunca lea esto, si no me va a preguntar en qué compu lo escribí y zaaaaaaasssssss!!!!!!!!… me mata.
Ahora que más o menos saben algo sobre mí y mis aficiones ( chicos, si no entienden, el diccionario… así aprendí yo ), voy a contarles lo que me pasó el otro día.
Resulta ( y esto es un secreto secretísimo ) que yo tengo… o tenía, un Mimí.
Contra lo que muchos pensarán, el Mimí no es un perrito o un gatito, un pajarito o una tortuga. El Mimí es el mi… mi… y no puedo ni pronunciarlo. Para que me entiendan: es “eso” que nos da justo en la panza, que nos estruja por dentro y no es un dolor de barriga, pero se le parece, es “eso” que sentimos a veces y que nos hace querer llamar a gritos a nuestra mamá y no podemos.
Sí, a “eso” me refería, a “ese” mimí, al peor de todos los mimís… al Gran Mimí.
Mi Mimí no está conmigo todo el tiempo, no me acompaña a la escuela, ni a la plaza, no está conmigo en la pileta ni cuando voy a andar en bicicleta y mucho menos cuando juego con Fabiana, mi vecina. A mí el Mimí me da de noche, cuando afuera el cielo es oscuro y adentro hay muchas sombras por todas partes; entonces, de pronto,… una habitación a oscuras y… záaasss… ahí esta el Mimí.
Mi mamá hace todo lo que ella cree posible para alejarlo. Cambió las lamparitas por tubos, que dan más luz e iluminan parejo, casi sin sombras; de noche, siempre deja la luz del pasillo prendida, me dice que no hay que tenerle miedo, que en la oscuridad hay lo mismo que en la luz, sólo que no lo vemos. Pero yo sé que no, que allí, escondido y acechante, está el Mimí, dispuesto a saltar sobre mí en el momento menos esperado.
Cuando me meto en la cama me tapo lo más que puedo, luego, más tarde, entra mi mamá y apaga la luz. Piensa que estoy dormido, pero no lo estoy. Espero angustiadamente ese momento, en el que quedaré a solas con la oscuridad y el Mimí. Mi mamá sale y ya está, ahora somos él y yo. Yo me tapo aún más, pensando en las posibles formas que debe tener, en las cosas que quizás pueda hacerme… en los lugares donde debe estar agazapado.
Así permanezco casi toda la noche. Sólo cuando escucho los sonidos de la calle que comienza a despertar y el cielo apenas ilumina un poco su oscuridad, me duermo. Por suerte voy al turno tarde, que si no…
Se preguntarán por qué mi mamá no me deja la luz prendida. Lo que pasa es que con eso podía dormir, pero no dejaba de sentir al Mimí allá, adentro del baño, o allí, adentro del placard… o acá nomás…, debajo de la cama !!!!
Creo que mi mamá se dio cuenta de que el Mimí no se iba por más que la luz quedase prendida. Siempre donde hubiese una sombra, allí estaría el Mimí. Entonces tomó una decisión más drástica.
Un día se sentó en el borde de mi cama y me dijo:
– No puede ser que aún le tengas miedo a la oscuridad, ya sos bastante grande. Desde hoy voy a apagarte la luz, vas a ver cómo te vas a acostumbrar. – Luego agregó para darme ánimos –. Cuando yo era como vos, también le tenía miedo a la oscuridad, pero un día mi mamá me apagó la luz mientras estaba dormida y en mitad de la noche, me desperté un momento y vi la oscuridad, como tenía mucho sueño me volví a dormir. Recién al día siguiente me di cuenta de lo que había hecho, también me di cuenta de que nada malo había pasado. Nunca más volví a dormir con la luz prendida.
Luego me dio un beso y me dijo que “me iba a pasar lo mismo”, que “era un nene muy valiente”, que “tenía el “corazón de león”” y otras cosas por el estilo. Me dio otro beso y… apagó la luz.
Al principio yo me repetía lo que ella me decía y cada vez me lo repetía más y más, hasta que de pronto, tomé las sabanas y me tapé. Me había parecido ver al Mimí asomando por arriba del techo del placard.
Al día siguiente no se lo dije a mi mamá, en parte porque de día me olvidaba del Mimí y en parte porque lo que ella había dicho no había ocurrido y no quería desilusionarla.
Bien, así transcurrió gran parte de mi vida. De vez en cuando me levantaba con ojeras, mi mamá me llevaba al médico y le decía:
– No entiendo, doctor, no entiendo por qué está así…, si come de todo. ¿ No necesitará vitaminas ?
¡ Pobre mi mamá !… si ella hubiera sabido del Mimí…
Pero el otro día pasó algo tan grave que no puedo dejar de contárselo a alguien y creo que ustedes, que son como yo, lo van a entender.
Resulta que el jueves pasado a la noche, yo estaba en casa mirando la tele, con todas las luces prendidas, como siempre que me quedo solo. Mamá había ido a hacer unas compras y yo no me quería perder el programa que siempre miro a esa hora, así que le dije que me quedaba. Ella me dijo que “tenía que comprar cosas”, que “iba a tardar”, como para convencerme y ayudarla con las bolsas. Yo le contesté que no había problema, que iba a estar bien. Apenas se fue, corrí a prender todas las luces del departamento, me serví un vaso “así” de jugo de naranja, abrí un paquete de galletitas saladitas con gusto a queso y me tiré en el sillón a mirar la tele.
Había pasado un rato y estaba disfrutando de mi independencia, cuando de pronto… ocurrió lo inesperado… lo peor… lo que jamás se me hubiese ocurrido ni en la peor de mis pesadillas… se cortó la luz.
Pero no solamente en mi casa, sino en manzanas a la redonda. Podía sentir cómo, desde la ventana, sólo me llegaba más oscuridad del exterior.
En mi cabeza apareció la imagen: a mi alrededor, en cuadras y cuadras, todo era oscuridad… quizás se había cortado en toda la ciudad… o en el mundo… Quizás ya nunca más habría luz, ni sol… ahora todo, todo… le pertenecía al Mimí… eso mismo… ¡¡¡ El Mimí !!!
Lentamente, sin moverme del sillón, miré alrededor, podía estar en cualquier parte, podía salir de cualquier sitio. Quería levantarme e ir a la casa de Fabiana, pero no podía… si me moviese, quizás al caminar en la oscuridad lo pisaría y saltaría sobre mí. Quería gritar, pero tal vez llamase su atención y me descubriría… entonces… estaba solo… solo e indefenso en medio de la oscuridad reinante, esperando que el Mimí apareciese en cualquier momento… quizás en “ese” mismo momento… Nunca más sabrían sobre mí… nadie se enteraría… Nadie podía ayudarme… nadie…
Entonces ocurrió lo más extraño.
Algo que jamás me había pasado y que nunca escuché que pasase… fue como si el sillón se abriese de pronto y debajo de él, nada, sólo un gran hueco… y comencé a caer y caer y caer por él…
No puedo decir durante cuanto tiempo caí, pero fue mucho más de lo que duran los avisos de la tele… y, de pronto,… plafff… estaba en medio de una gran pileta de agua, adentro de una caverna gigantesca. Por suerte, como les conté, iba a prender a nadar y ya estaba en el grupo de los “delfines”, lo chicos que sabemos flotar en lo hondo y saltamos desde el borde, que si no…
Me acordé de mi profe, floté como corchito y di unas brazadas hasta el borde. Salí empapado y me senté… la cueva era horrible, toda de piedra y muy… muy oscura…
– ¡¡¡¡¡ ¡Ahhhhhhhhhhhh… – comencé a gritar y seguí – …AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH…
Hasta que no sé de dónde, apareció una nena a mi lado.
Me sorprendí mucho, pero no me asusté. Tendría casi mi misma edad, pero no era como yo, estaba llena de Luz… y ustedes saben, a mí la luz no me da Mimí…
Me la quedé mirando un rato largo, largo. Estaba sentadita a mi lado y ni hablaba ni se movía.
Se me había ido un poco el susto, porque por lo menos con ella había un poco de luz. Estaba tan quieta que pensé que por ahí era una lamparita con forma de nena.
Seguimos un rato en silencio. Yo miraba de arriba abajo las paredes de la caverna y el lago. Parecía inmensa y se veía que tenía muchos túneles que daban a otras cavernas. Hacia arriba podía ver el hueco por donde había caído. Me puse a mirarlo mejor… no creía que pudiera alcanzarlo, mucho menos trepar hasta mi casa. Suspiré… si por lo menos me hubiese caído con un autito… me estaba empezando a aburrir…
Me volví a la nena y le pregunté:
– Hola, me llamo Ricardo… ¿ querés jugar a la mancha ?…
Jugar con una nena era mejor que jugar con nada.
La nena me miró y me sonrió.
– Yo no me llamo “nada”… y sí, me gustaría jugar contigo…
– Bueno… – dije yo y la toqué en el hombro al grito de ¡¡¡¡Manchaaaaaaaaa !!!!….
Grité y salí corriendo… era divertido, ella a su vez me corría e iba iluminando las paredes a su paso, luego me alcanzó y la corrí yo… Jugamos un rato largo, después le propuse cambiar de juego…
– ¿ Jugamos a la escondida ?…
– Está bien.
Era buenísimo jugar con ella, tenía los mismos gustos que yo, iba a decirle que me escondía yo y ella contaba, cuando miré a mi alrededor… por todos lados oscuridad, salvo cerca de donde ella estaba.
– Yo cuento, vos te escondés – le dije especulando sobre la pérdida de su luz.
– Está bien… – respondió ella y desapareció…
La oscuridad se hizo otra vez total a mi alrededor y me acordé del Mimí…
– No… No !!!!!!… – grité a la oscuridad – … jugamos a otra cosa…
Ella apareció otra vez, siempre sonriente.
– Está bien…
Con ella todo estaba bien.
– Vamos a tirar piedritas al agua.
– Bueno – me contestó.
Ambos nos sentamos sobre una gran roca a la orilla del lago subterráneo, con las piernas colgadas en el vacío y comenzamos a arrojar piedritas al agua. Ella reía cada vez que yo hacía patito con las piedras que tiraba, como me había enseñado mi primo Juanqui. Era bueno estar con ella.
De pronto me acordé… mi mamá. Se iba a preocupar si yo no volvía, además… me había quedado sin hacer los deberes de matemática… era todo un problema. Miraba el hueco allá arriba… no podría llegar a él… quizás, si ella era de ese lugar, supiese como salir.
– ¿ Tú eres de aquí ?
– Sí y no.
– ¿ Cómo sí y no ? O sí… o no.
– Sí y no: soy de este lugar, pero no es donde vivo.
Eso parecía muy complicado y no quería que pensara que yo no era capaz de entender cosas complicadas ni que pensara que sabía más que yo, así que le contesté:
– Ahhhh… ahora entendí. – Bueno, eso no era lo importante -. Entonces debés de saber cómo salir de aquí…
La nena tan sólo asintió, mirándome fijamente a los ojos luego agregó señalando hacia arriba:
– Sí, por ahí…
El oscuro hueco en el techo pendía alejado varias decenas de metros sobre nuestras cabezas. Lo miré resignado y suspiré… no más deberes de matemática, no mas relatos autobiográficos… ésta no se la iba a poder contar a nadie.
Ella me observaba casi sin pestañear, luego de una pausa agregó:
– Por ahí o…
Parecía hacerse la misteriosa. ( Nada hay que me fastidie más que cuando las chicas se hacen las misteriosas, como si ellas pudieran saberlo todo… ) Casi ni le insisto para que me cuente, que se quedara con su misterio…, pero como necesitaba saber…
– Por ahí o… ? – le pregunté yo con un tonito apenas de pocos amigos.
Ella no dejaba de mirarme fijo, como si yo no supiera muy bien lo que estaba preguntando. ¡ Presumida !… era obvio que quería saber cómo salir, nada más. Después de una pausa un poco más prolongada, ella me respondió:
– Por ahí… o por la cueva del Mimí…
Nunca debí preguntarlo. Los pelitos de la nuca se me pusieron “así”… como pequeños alfileres, luego siguieron los de la espalda, los de los brazos y por último los de las piernas. Cuando pude tragar la pelota que tenía en la garganta, apenas tartamudeé:
– ¿ La… la.. cueva… la cueva… del… del.. del Mi… del Mimí ?…
Ella, sin dejar de mirarme, apenas asintió así, despacito, con la cabeza. Miré el hueco… en realidad no estaba taaaaaaannn alto.
Ella seguía observándome, inesperadamente me preguntó:
– ¿ Qué pasa, tienes mi…
Yo alcancé veloz a taparle la boca a tiempo…
– Shhhhhh… ni lo nombres… por ahí te escucha y viene para acá.
Yo miraba con temor a mi alrededor, las sombras se me hacían cada vez más cercanas y peligrosas. Le saqué con suavidad la mano de la boca y despacito me arrimé un poco más a mi amiga. Confiaba en que hubiera entendido eso de no llamarlo, si no… estábamos perdidos.
Ella no pareció molestarse en lo más mínimo.
– Lo que sientes no tiene ningún motivo.
Eso me fastidió de veras, que una chica se sintiese más viva y más superada que yo no me gustó.
– Claro, para vos es fácil… hay luz donde quieras que vayas… ¿ qué usas: pilas o baterías ?…
Ella no se enojó ni siquiera sonrió por la ironía.
– No, la luz que tengo es mía, igual que la tuya.
– Yo no tengo luz… – le dije con rabia y alguna que otra lagrimita pujando por asomar por el borde de mis ojos. Sentía cómo la boca se quería estirar, para abrirse como la de un sapito y así empezar a llorar.
Ella me puso una mano sobre mi hombro.
– Todos tenemos luz, sólo que tenemos que encontrarla y aprender a usarla…
– No !!!!!!!… yo no tengo !!!!!… y acá todo está muy oscuro… y… y… y me quiero ir a mi casa !!!!!!…….
Ahí ya no pude aguantar más y me puse a llorar. Y no me da vergüenza decirlo: lloré. Todos lloramos, desde que somos bebés: mi papá lloró una vez, yo lo vi y mi mamá y mi abuela… hasta mi abuelo lloró. Todos podemos llorar así que no hay que tener vergüenza, y el que se ría de la gente que llora es un salame, porque seguramente llora también, pero a escondidas y así se queda sin que nadie lo pueda consolar, como hizo mi amiga.
Me abrazó con una mano y, con la otra, me hacía así en el pecho, en pequeños círculos como para que saliera toda la angustia que no me dejaba respirar. Lloré un rato hasta que se me pasó un poco, entonces tuve una idea.
– ¡ Ya sé !… vos me podés acompañar a la cueva del Mimí…
Ella negó así, despacito con la cabeza. Yo insistí.
– ¡ Daleeee !… si sos mi amiga, acompañame…
Pero lo negó otra vez.
– No puedo acompañarte, sólo tú puedes entrar a la cueva del Mimí, yo no puedo entrar…
– Pero… ¿ por qué ?…
– Porque es así.
Esa me pareció una razón medio rara, pero no sabía cómo discutirla.
– ¿ Entonces no me vas a ayudar ?… – esa frase y los ojitos de perrito siempre daban resultado con mi mamá.
– Sí, te voy a ayudar.
– ¡ Vivaaaaa !…- grité yo saltando al aire – ¡ Me vas a acompañar !…
– No…
Me detuve en el salto… pero si me había dicho recién que…
– Dije que te iba a ayudar, no que te fuese a acompañar.
Eso no era lo que yo quería… mi mamá también me había querido ayudar apagándome la luz… ¿ y ?… ¿ qué había conseguido ?…
Me quedé medio enojado y con los brazos cruzados en el pecho sin mirarla… ¿ qué clase de amiga era ?…
Ella continuó hablando como si nada pasase.
– Vas a tener que ir sólo a la cueva del Mimí. Ese mimí es “tuyo” y de nadie más, solamente tú puedes acercarte a él… ¿ entiendes ?
Yo no le contesté… entendía muy bien: entendía que no me iba a acompañar. Ella continuó.
– Voy a ir hasta la entrada, luego tendrás que seguir tú solo.
¡ Já !… ¡ qué viva !!!… justo lo que yo quería…
– Otra cosa y, esta es la más importante: no importa lo que suceda, en este lugar no existen las limitaciones. Recuérdalo, no creas que no puedes hacer algo, sólo inténtalo… ¿ entiendes ?…
Yo le dije que sí y encogí los hombros, como si no me importara. No siguió hablando más y nos quedamos en silencio.
Yo lo pensaba y lo pensaba… quería salir, quería volver, pero… el Mimí.. ¡¡¿ justo la salida tenía que estar ahí ?!!… El tiempo pasaba, mamá debía de estar repreocupada, capaz que me había ido a buscar a lo de Fabiana y no me había encontrado. Tenía que volver, no me podía quedar allí toda la vida, en una cueva a oscuras, acompañado tan sólo por mi amiga. Pensaba en la escuela, en las series de la tele, en los videos, en la computadora que mamá no me dejaba usar desde aquella vez, en mi papá, mis abuelos, mi primo Joaquín… Hasta pensé en Romina, una compañerita de la escuela que era insoportable… Miraba las rocas a mi alrededor, el agua helada, las sombras… El Sol… ¡ Nunca más iba a ver el Sol !…
Me mordí los labios.
– Bueno, llevame… pero no sé si voy a entrar…
Ella asintió suavemente, como hacía siempre y tomándome de la mano empezamos a caminar juntos por los pasadizos de la inmensa cueva.
Había montones de túneles, vueltas, huecos y recovecos. A mí todos me parecían iguales, pero ella caminaba segura y sin detenerse ni mirar atrás, giraba aquí, doblaba acá, luego se metía por ahí saliendo un poco más allá y volviendo a entrar por allí. Parecía que conocía todo ese laberinto de memoria… bueno, yo me acordaba perfectamente todos los niveles de mi video juego preferido… pero por desgracia eso no era un videojuego…
Antes de lo que yo esperaba, ella se detuvo ante una pequeña entrada oscura.
– Llegamos – me dijo retranquila.
Yo miré a mi alrededor tratando de controlar la respiración que se me había acelerado violentamente.
– ¿ Estás segura ?…
Ella asintió con la cabeza… Ojalá se equivocase. Ella no dejaba de mirarme, debía estar esperando que entrara…, pero me senté en unas rocas cercanas.
– Estoy cansado…
Era mentira… me quería ir… quería volver corriendo junto al lago, bien lejos de ese lugar… lo más lejos posible de ese lugar. Ella se sentó junto a mí, sin apurarme… mejor… si no, que entre ella, total no le importaba.
Otra vez las ganas de volver, ahora sí que debía ser tardísimo. Papá ya habría vuelto del trabajo y ahora él y mamá estarían preocupadísimos y todos los demás también. Sólo me separaba de ellos la cueva… una tonta cueva… una cueva como todas por las que había pasado… una cueva más…
Pero con el Mimí adentro… de pronto… ¡¡¡¡ Eso !!!!… con el Mimí adentro… ¿ y si el Mimí había salido y no estaba ?… entonces la cueva estaría vacía… y yo podría pasar tranquilamente por ella y volver a mi casa… Yo estaba perdiendo el tiempo preocupándome por él y entonces sí, capaz volvía y ¡¡¡¡ zaaaasssss !!!!… ahí sí nunca más iba a poder volver.
Me levante, me acerqué sigiloso a la entrada y traté de escuchar algún sonido que viniese de adentro… Nada… ningún ruido me llegaba… tan sólo silencio… un profundo y hondo silencio. Entonces lo que había pensado era cierto: no estaba. Tenía que aprovechar, era ahora o nunca. Me volví a mi amiga.
– Voy a entrar – le dije con una decisión que venía de la certeza de la ausencia del Mimí.
– Bueno, hasta aquí te acompaño.
Entonces… era cierto… yo guardaba la ilusión que viéndome ahí, capaz cambiaba de idea y venía conmigo…
– ¿ No te voy a ver más ?… – apenas pude decirle. Personalmente no pensaba volver a ningún lugar cercano al Mimí.
– Vamos a vernos todas las veces que quieras – me respondió con una sonrisa.
Eso me alegró, me gustaba jugar con ella y me gustaba estar con ella. Iba a entrar, pero me volví y le di un beso, ella sonrió aún más y me dio otro.
– Suerte… – me dijo cuando ya estaba entrando – …y acuérdate de lo que te dije…
Yo apenas me volví y le sonreí, no iba a hacer falta, seguro que el Mimí no estaba en la cueva.
Entré despacito, solamente podía ver unos metros hacia delante, pero seguí avanzando, di una vuelta y llegué a la cueva principal. Era grande, casi tan grande como por la que había caído.
Comencé a avanzar tanteando con los pies la oscuridad que pisaba. En algún lugar tenía que estar la salida.
Estaba más o menos por la mitad de la cueva, cuando lo sentí a mis espaldas, un poco hacia la derecha. Allí, sobre la pared de rocas… algo se había movido. Esta vez se me pusieron todos los pelos de punta al mismo tiempo…
¡¡¡¡¡¡¡ DEBÍA DE SER EL MIMÍ !!!!!!!
Tenía que salir a como diera lugar, sea como sea y por donde fuera… tenía que salir de aquel sitio. Traté de encontrar desesperadamente la salida… No había ninguna. Volví sobre mis pasos hacia donde había entrado… entonces el sonido vino otra vez desde mis espaldas, pero del otro lado… el Mimí debía de ser superápido… ni lo había visto pasar. Ahí ya corrí buscando la entrada… pero… no estaba… todo a mi alrededor eran rocas… en todas las paredes sólo había rocas… y… y… y detrás de cualquiera podía estar el Mimí!!!!!!
Empecé a correr cada vez más rápido de pared en pared gritando y, cada vez, escuchaba más veces seguidas el sonido del Mimí se asomaba allí… en algún lugar impreciso atrás de mis espaldas… siempre detrás de mí… Me iba a atacar, me iba a atacar por la espalda… nunca iba a poder ver de dónde ni cuándo… así no podía defenderme… allí no había salida alguna, ella me había mentido… era una trampa, ella me había dicho que estaba la salida… ella…
“No hay limitaciones”… ¡¡¡¡ No puedo salir !!!!… Ésa es una limitación!!!!… ni siquiera puedo ver al Mimí, si pudiera verlo… bueno… al menos podía intentarlo.
Me paré en el centro, respirando todavía agitado, en parte por las corridas, en parte por el temor… quieto, muy quieto… con el oído muy atento, como cuando juego a las escondidas… un ruido !!!… giré rápido… ¡¡nada !! Otra vez el ruido a mis espaldas… ¡ rápido atrás !… nada… otra vez…
El Mimí debía de ser muchísimo más rápido que yo… si pudiera ver hacia atrás !!!… ¿ pero cómo ?… “Inténtalo”… está bien, con intentar nada se pierde, dice mi papá.
No me moví del centro, era el mejor lugar y esperé… la cabeza sin pensar en nada… ( traten de hacerlo, van a ver que es redifícil ), así un ratito y… fue como si en un relámpago pudiese ver lo que pasaba atrás con los ojos… una sombra se había movido, apenas la había alcanzado a ver… y no era muy grande.
Me quedé ahí, sin darme vuelta, otra vez pensé en nada, tranquilo, no hay otra cosa por hacer… ¡¡ La sombra !!… y esta vez mucho más lenta… y mucho más cerca…
En la tercera lo iba a conseguir, por fin lo iba a poder ver… o él me iba a atacar. Pero ya había notado que no era muy grande, además parecía no darse cuenta de que yo lo podía ver, estábamos iguales… yo también lo iba a sorprender.
Esperé un rato y entonces salió y… se quedó en el lugar. Giré bien rápido… estaba tan cerca de él que le podía hacer mancha y era… era… ¡¡¡¡REFEO !!!!… ¡¡¡¡ FEISIMO !!!… lo más feo que puedan imaginar…
– AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH… – empecé a gritar otra vez.
– ¡¡¡ AAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH !!!!… – me contestó el Mimí, abriendo su boca enorme y feísima, con dientes todos amarillos, puntiagudos y desparejos.
“AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH” gritábamos uno frente a otro con todos los pelos parados y sin poder movernos ni salir corriendo, clavados al lugar por el terror.
Fue ahí cuando me di cuenta. Bueno, yo gritaba porque él era el Mimí y me daba precisamente “eso”, pero él… ¿ por qué gritaba ?
Gritaba casi tanto como yo… ¡ qué va !… gritaba mucho más que yo y más fuerte… también !… con esa bocota… ni que hubiese visto al Mimí…
Ahí caí… gritaba tanto “como si hubiera visto al Mimí”… ¡¡¡ YO ERA EL MIMÍ DE MI MIMÍ !!!
Y él sin saberlo era el Mimí de su Mimí. Eso me pareció demasiado tonto así que dejé de gritar…, pero el Mimí no… seguía y seguía así: “AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH”como si se hubiese tragado las sirenas de todas las autobombas de la ciudad. Claro, todavía no se había dado cuenta de la situación.
Traté de calmarlo, pero seguía “AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH”… con la lengua toda para afuera, los ojos feos y lagañosos casi saliéndose de las órbitas, moviendo los bracitos chuecos largos y flacos “así”, como si quisiera aplaudir y no pudiera acertar ni una sola vez. Estaba realmente asustado, lo que me sorprendió mucho, me parecía raro despertar semejante sentimiento en otro ser y, debo reconocerlo, no me gustó… parecía tan, tan asustado…
Me alejé un poco y me senté, si quizás viese que yo no le quería hacer daño, se tranquilizaría. Esperé y esperé, pero nada… no dejaba de gritar.
Insistí con la táctica de no moverme y de a poquito empezó a gritar más bajito, a cerrar un poco los ojos, a bajar los brazos. Parecía como si por primera vez, poco a poco, pudiese verme. La respiración le seguía agitada y casi podía ver su pequeño corazón latiendo dentro de su pecho.
Al rato, se había quedado así, mirándome fijo, fijo… los bracitos colgados a los costados del cuerpo y respirando así: Ujjjjj… Ahhhh… Ujjjjj… Ahhhhh…
Yo seguía sentado a lo indio, con la cabeza apoyada en las manos y esperando, tuve que quedarme muuuuucho tiempo así hasta que pareció que se había calmado. Pero yo sabía que por más quieto que estuviese, aún no se le había pasado… desconfiaba, se le notaba en los ojos, dilatados y fijos en mí.
El Mimí seguía mirándome y despacio… muuuuuy despacio, comenzó a acercarse.
Primero se movió un poquito, luego otro poquito y luego otro. Yo permanecía quieto, trataba de mantenerme tranquilo, esperando. Sé que no es común que un chico de diez años pueda estarse tanto tiempo quieto, pero cuando se está acostumbrado a jugar solo se inventan muchos juegos raros, como el de “cuánto tiempo puedo estar sin moverme” y en ese siempre ganaba.
Ahora estaba casi a la distancia de mi brazo. Resistí el deseo de extenderlo y tocarlo… ya me había pasado varias veces con perros y gatos, ellos deben ser los primero que te toquen, si no se asustan y nunca más se hacen amigos.
Se acercó todavía un poco más, y retrocedió de golpe… como esperando algo terrible. Yo apenas pestañeaba. Desde donde estaba hizo así con la nariz, como si oliera mal, la hinchaba y la deshinchaba.
Suerte que me había dado cuenta de lo que pasaba, si no ya hubiera estado gritando de nuevo de lo feo que se lo veía oliéndome.
Se me acercó un poco más y así, muy despacito, extendió uno de sus bracitos chuecos, luego como si se arrepintiera, lo recogió.
A mí ya se me había dormido la cola, pero no me iba a mover por nada del mundo ni de esa cueva. No me gustaba que alguien sintiese por mí algo tan feo como aquello, ese sentimiento que yo conocía tan bien y me había acompañado tanto tiempo a lo largo de mis diez años. No me gustaba, aunque el que lo sintiera fuera mi propio Mimí.
Así que esperé y esta vez, si estiró… estiró… estirooooó la garra toda chueca y me tocó… Fue un “me tocó” así como de manotazo y escondo… pero me tocó al fin. Entonces vio que yo nada le hacía ni me movía.
Extendió nuevamente el brazo chueco con la piel oscura y arrugada como de lagarto y esta vez sí apoyó en mi brazo su mano con los dedos largos y torcidos y las uñas largas y encorvadas asiiií de largas y amarillas. Allí la dejó un largo rato… pero algo había cambiado, ya no me miraba igual, parecía como si no entendiera qué pasaba… parecía como si no lo pudiera creer.
Ahora se acercó un paso más, apoyándose en sus nudillos para caminar y se detuvo con la cara pegada a la mía. Podía sentir el vaho de su respiración y el mal aliento de sus dientes. Esperé un poco más y levanté la cabeza de mis manos y descansé los brazos en mis piernas.
El Mimí se sobresaltó un poco e hizo que iba a huir… entonces le sonreí para tranquilizarlo.
¡ Para qué !… empezó a poner cara de que iba a gritar de nuevo. En un instante me pregunté qué pasaba y en otro me respondí… claro !!!!… el Mimí siempre debió de estar solo en esa cueva, sin conocer a nadie… no sabía lo que era una sonrisa. Qué fea, fea vida… mucho más fea que el propio Mimí y el Mimí era bien feo…
Entonces lo miré así: de ojos de Ricardo a ojos de Mimí. Yo no le quería hacer daño.
El Mimí pareció entender algo, porque no se puso a gritar, sino que lanzó como un suspiro y acercándose un poco más se acomodó entre mis piernas. Luego apoyó su cabezota en mi remera y se quedó un largo, largo rato.
Yo lentamente levanté mi mano y, apoyándosela con sumo cuidado en su áspera cabezota de a tramos peluda y de a tramos pelada, comencé a acariciarlo. Se estremeció un poquito, pero después se quedó quieto dejándose acariciar. Parecía como si con cada pasada de mi mano, el Mimí fuese aflojándose más y más… como cuando uno se queda dormido. Pero lo cierto es que tenía los ojos así de abiertos, con las pestañas llenas de cascaritas que bajaba de vez en cuando y las pupilas fijas allí, como si pensara en cosas raras.
No quería hablar, quizás las palabras le sonasen igual que gritos o no entendiese lo que decía. Pero sentado allí, en el medio de la cueva con el Mimí en mis brazos y acariciándole suavemente la cabeza, me di cuenta que de no podía seguir viviendo en ese lugar. Ese sitio era horrible, cualquiera que viviese en un lugar semejante debía tener un Mimí sí o sí.
Si pudiera encontrar la salida, quizás lo pudiese llevar conmigo a mi casa… pero recordé que mamá jamás me había dejado tener un perro o un gatito… ni siquiera una tortuga, mucho menos me iba a dejar tener a mi Mimí. Además, un departamento de tres ambientes no debía de ser demasiado bueno para que viviera un Mimí. Él necesitaba aire, sol, plantas… espacio donde jugar y correr, algo como una plaza, no… más grande, un parque… ¡ algo como el campo… y la montaña… y la playa ! ¡ Algo como el mundo entero !… y el espacio. Pero… ¿ cómo ? No podía llevarlo conmigo, no me fiaba demasiado de los adultos, ustedes ya saben como son, a veces parece que quieren destruirlo todo y no les iba a permitir que se metieran con mi Mimí… si pudiera llevarlo a otro planeta… o inventarle uno…
“No existen las limitaciones”, me había dicho ella y había tenido razón… ¿ por qué no probar ?…
Me imaginé una puerta en la cueva. Primero pensé en los contornos, luego en que era de madera, de color verde, tenía un picaporte y bisagras… y se podía abrir. Abrí lentamente los ojos y la vi, allí, contra la pared del fondo estaba la puerta semiabierta.
El Mimí seguía abrazado a mí, parecía estar muy cómodo. Despacio, muy despacito, comencé a levantarme. Él apenas se movió un poco para acomodarse, parecía como si le gustara oír los latidos de mi corazón.
Ya me había parado y ahora, lentamente, me acercaba a la puerta. A medida que caminaba hacia ella me imaginaba lo que habría del otro lado… un campo grande, grande, interminable, con flores y pájaros y árboles… y un lago… y montañas a lo lejos. El sol brillaba en lo alto y un cielo muy azul con nubes chiquitas…
Empujé la puerta y se abrió por completo, ante nosotros se extendía todo cuanto había imaginado. La traspasé con el Mimí aún en mis brazos, luego giré y la cerré definitivamente, pensé que esa puerta desaparecía y así lo hizo. Nunca más iba a existir, al igual que aquella horrible cueva o quizás mejor, desde ese momento la cueva siempre tendría luz, luz propia… como la de mi amiga.
Ahora teníamos para nosotros todo el campo para jugar, todo el mundo para correr.
El Mimí miraba todo como si no existiese, hasta que vio el sol… entonces sus ojitos quedaron fijos en él y brillaron. Yo estaba refeliz, el Mimí ahora viviría en un lugar lindo de verdad.
Lo dejé despacio en el suelo y entonces pareció darse cuenta de todo cuanto lo rodeaba y miraba todo así, fijo, sin moverse, apenas pestañeando de vez en cuando como para no perderse nada.
Les digo que no fue fácil dejar al Mimí allí. Tardé un tiempo para poder irme, imagínense: no conocía juegos, no sabía trepar a los árboles, ni remontar barriletes, ni tirar piedras al agua como mi primo Juanqui… ¡ el pobre no sabía ni reír !
Antes de irme me pidió que le hiciera algunas modificaciones, quería dos soles más y un lago entre las nubes. Yo accedí y perdí otro poco de tiempo enseñándole a imaginar, así podría hacer todo sin mí.
Al marcharme, el Mimí me saludó con un beso, con su boca toda llena de dientes amarillos, desparejos y puntiagudos.
Yo pensé en una puerta a mi casa y allí estaba. Antes de salir por ella recuerdo al Mimí saludándome así, con su mano grandota y su brazo chueco y deforme.
Mi mamá abrió la puerta un tanto apurada y entró en la casa a oscuras.
– Ricardo… Ricardo… ¿ estás bien ?…
– Sí, mamá… – le contesté. De esa manera pudo saber dónde estaba.
Se acercó a tientas hasta el sillón, el que estaba delante de la tele y casi tira al sentarse mi vaso con lo que quedaba de jugo de naranja.
– El apagón me agarró en el almacén… y vine corriendo. ¿ En serio estás bien ?…
– Sí, mamá… estuve en un lugar bárbaro…
Mi mamá me tenía abrazado contra sí. El Mimí tenía razón, es lindo escucharle el corazón a la gente.
– ¿ En un lugar ?… debés de haberte quedado dormido – mi mamá sonrió.
– No, mamá. Nunca cerré los ojos, siempre los tuve así, abiertos…
En ese momento, volvió la luz. Mi mamá me acarició la cabeza, así, como yo le hacía al Mimí y sonrió otra vez.
– Bueno, te hayas dormido o no, yo tengo que preparar la cena. Pronto llegará papá… ¡¡¡¡ Uuuuuuyyyy !!!!… qué tarde se hizo…
Mamá se levantó y fue hacia la cocina. La tele hablaba sola. Yo pensaba en el Mimí y en lo feliz que debía estar en aquel lugar. Como no sabía cuándo podría volver, había arreglado con mi amiga, esa que no tenía nombre pero sí luz propia, de que lo pasara a visitar. También le dije que si encontraba a algún otro chico con un Mimí, que le dijera de llevarlo allí, así se hacían compañía entre ellos. Estaba pensando en eso cuando la voz de mi mamá me llegó de la cocina.
– ¿ Terminaste toda la tarea ?…
– Siiiiiiiiií… – le contesté. Apagué el televisor y fui a mi cuarto. Tenía el tiempo justo para hacerla antes que llegara mi papá y mamá sirviese la cena.
Desde ese día mi mamá me pregunta si me siento bien y ha ido a hablar con mi maestra varias veces. Creo que en cualquier momento me va a llevar de visita con el doctor para que me recete vitaminas.
Me parece que aún no entiende por qué cada vez que entro a una habitación en vez de prender la luz, la apago. Es que la oscuridad me hace acordar a mi amigo, el Mimí.
FIN.